Del puente a la sentina


Capítulo 1

El botón nuclear


Le aseguro, señoría, que a Garzo le dio gustillo apretar el botón nuclear y ver cómo saltaban por los aires sus enemigos y, sin embargo, socios. Aquí no eras nadie si no tenías montañas de dosieres en tus manos. Tuvo dudas, cómo no, antes de apretarlo. Cuando sabes que la mierda se va a esparcir te tiembla el pulso. Especialmente si tú también tienes los pies hundidos en el barro. Nunca sabes si una vez embarrado y enmerdado el campo te van a alcanzar las salpicaduras a ti también. Sin embargo, no es difícil suponer, señoría, que un escalofrío de placer subía y bajaba por su espina dorsal cuando, sentado en su butaca con un vaso de Balvenie 30 Años en las manos, apretó el botón. En su imaginación veía salir por los aires y desmembrados a los vascos con pedigrí.

Estás en la cima empresarial y tus decisiones afectan a un montón de personas, los golpes de timón que das acaban repercutiendo en la cuenta de resultados. Y es bonito ver cómo suben las acciones en la bolsa a consecuencia de una genialidad tuya. Pero ninguna jugada que dé muchas ganancias se puede comparar con el espectáculo de leer unos titulares de prensa que sabes que llevan dinamita envuelta en Times New Roman. No hay nada comparable a ver cómo retuercen la jeta uno tras otro cuando los vas recibiendo, en intervalos de 15 minutos, a todos y cada uno de los miembros hostiles del consejo y cómo, antes de salir por la puerta para que pasara el siguiente, van dejando su firma estampada sobre su carta de dimisión que tú mismo has redactado regodeándote en cada una de las palabras empleadas. Ahí ya dejan de mirarte por encima del hombro como solían. Ahí se acaba esa displicencia cargada de orgullo hacia el parvenu para recordarte que tú allí eras un intruso al que un político de bigotillo ridículo le había dado el empujón sin el que nunca habrías logrado esa meteórica ascensión a la cima empresarial. Esa mirada que gritaba que en realidad allí no pintabas nada, que desentonabas, que no durarías, que te faltaba clase para pisar esas moquetas porque eras un muerto de hambre venido a más y que todos sabían que, mientras tú estudiabas con becas, tu padre estaba agarrado a una azada y destripando terrones para poder mandarte algún dinerillo cada mes. Y ahora, ¡a la puta calle! El orgasmo.

Publicado el 2 de julio de 2022.


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