Fusión

El martes pasado se publicó en los medios que en el Laboratorio Lawrence Livermore de California se había conseguido por primera vez una reacción de fusión nuclear en la que la energía conseguida había superado la invertida. Se habían empleado dos megajulios de energía y a cambio se habrían generado tres megajulios. Aparentemente una ganancia del 50%. Para no ser triunfalistas, hay que aclarar que los dos megajulios se habían obtenido a partir de un láser que había necesitado una cantidad de energía eléctrica cien veces superior a la que habían aportado al experimento. Con lo cual, de momento, la fusión nuclear sigue necesitando mucha más energía para su “ignición” que la que se genera.

La fusión nuclear es lo que las estrellas, como nuestro sol, hacen para producir la enorme cantidad de energía que genera su combustión de la que una parte muy pequeña de ella nos alcanza a ciento cincuenta millones de kilómetros de distancia y posibilita la vida sobre la Tierra. Hace tiempo que conocemos cómo se produce la fusión nuclear, e incluso la hemos logrado reproducir en las llamadas bombas de hidrógeno. Pero una bomba produce una explosión de energía destructiva y el reto es conseguir domesticar el procedimiento como hemos hecho con la fisión nuclear, conseguir un proceso de fusión controlable de forma que la enorme cantidad de energía que se produce sea aprovechable. Y es ahí donde surgen un montón de dificultades. La primera es lograr la energía necesaria para que dos átomos de hidrógeno se fusionen en uno de helio liberando una gran cantidad de energía. Las estrellas la consiguen con las descomunales fuerzas gravitacionales que sus gigantescas masas generan. En las bombas de hidrógeno, la fusión es provocada por una bomba de fisión que produce la energía necesaria para que el hidrógeno fusione. Pero es obvio que no se puede hacer explotar una bomba atómica en una central eléctrica.

Otra de las dificultades es lograr que el proceso de fusión se mantenga en el tiempo. De momento, solo se han logrado tiempos de cinco segundos como máximo. A pesar de todas estas dificultades, el camino es esperanzador. La fusión, una vez que sea domesticada, ofrecerá una cantidad de energía muy abundante y muy barata. Además no produce contaminación. La fusión, a diferencia de la fisión, no genera subproductos radiactivos, ni siquiera contaminantes: no se emite CO2 ni gases de efecto invernadero. ¿Es, entonces, la fusión la energía del futuro? Desde luego puede serlo siempre que nos demos cuenta de que su operatividad está todavía lejana mientras que nuestros problemas energéticos son muy urgentes. Lo suficiente como para que no sea prudente sentarse a la puerta a esperar a que la fusión nuclear sea una realidad.

Por otra parte, hay que tener en cuenta que las inversiones en la investigación están siendo costosísimas y que quien invierte siempre espera obtener rentabilidad. Así pues, nada de pensar que en el futuro esa energía llegará a todos de manera casi gratuita. Si algún día se llegan a instalar centrales eléctricas basadas en la fusión nuclear, las instalarán los mismos que ahora son propietarios de las centrales de energía que estamos usando. Y hay buenos motivos para pensar que a las empresas eléctricas y energéticas en general no las mueve la filantropía ni el altruismo precisamente. Ya tenemos suficiente experiencia en eso.

Conviene hacer notar también que es en Estados Unidos donde se están dando, una vez más, los avances más significativos. Y que no es algo ajeno a ello la capacidad del país norteamericano para atraer talento. Un sistema democrático, con todos los defectos y limitaciones que tiene el estadounidense, es también un factor a tener en cuenta. Veo bastante difícil que un sistema autoritario como el chino genere los conocimientos y la tecnología que florecen, y no por casualidad, en Estados Unidos. Democracia —aunque sea imperfecta— o barbarie.

Artículo aparecido en:
La Opinión de Murcia

Fecha publicación:
18/12/2022


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